La maldición particular de los soñadores

Es el sentimiento este de tristeza asqueroso que se pega como la humedad de verano al sudor. Hay parte de síndrome pre-menstrual, lo he mirado en el calendario, pero no es eso.

Son los finales, que pesan. Aunque sean necesarios y cerrados con cariño, tiran de ti hacia abajo como un peso muerto que se hunde en el agua, y tú tienes que tirar hacia arriba, haciendo el doble de fuerza: para combatir la que tira hacia abajo y para mantenerte a ti misma.

En realidad sabes que es la tristeza natural, la de los puntos de inflexión, que hay que validarla, pasarla y ya está. Peligroso, como un puente colgante de una peli de aventuras, pero igual que en el film, lo guay espera al otro lado.

Sé con certeza lo que hay al otro lado si tomo acción. Hay tranquilidad, hay estabilidad, hay posibilidades nuevas, condiciones mejores. El miedo de la parálisis por análisis te puede pillar en medio e irte con el puente abajo, esa es mi cruz. Pero aquí estoy, de noche y sentada a escribir, que no es poco teniendo en cuenta cómo se está dando la vida últimamente, que queremos sembrar todo pero hay que terminar de poner las frutas en la cesta.

Por Dios, claro que me pregunto si he tomado buenas decisiones o si me he equivocado estrepitosamente, y sospecho que esto cada vez será peor porque cada vez habrá que arriesgar más para que vaya mejor. ¿La parte mala? La gente.

La gente siempre actúa mejor que tú y toma mejores decisiones… a toro pasado, justo esa gente que no ha estado ni cerca de donde estás tú. Eso se lo he oído decir a Isra Bravo -últimamente lo nombro mucho porque lo tengo presente, es de los de que la venta y la vida son lo mismo-, que la gente que sabe más que tú y tiene el tiempo de quejarse, en realidad no saben nada. Observar a los que hacen y cómo lo hacen es lo que te llevará lejos, oigo éxito en muchos sitios y aún no sé ponerle un nombre muy exacto al mío, aunque intuyo por dónde van los tiros.

Luchar con la obsesión por ganar dinero cada vez está más presente, piensas, joder que ya tengo la treintena y no tengo ningún tipo de estabilidad, qué hago aquí de alquiler sin ningún ser querido a mi lado, trabajando por algo que no sé si va a llegar. Pero luego lo piensas y es el mal endémico de mi generación, somos los echados a perder y, aunque no te resignes, tienes que aceptarlo.

No todo el mundo puede tener éxito, y está bien. Suena a negatividad decadente, pero poner los pies en la realidad viene bien para tomarte las cosas menos en serio.

Cuanto más escribo, más confusa estoy y también más vacía, más limpia y más serena.

No poder enseñar el miedo para que no se cumpla es una maldición.

La maldición particular de los soñadores.

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